Delhi te recibe después de unas largas horas de avión, en las que no sabes muy bien cómo emplear el tiempo, te vuelves loco para seguir alguna película o directamente te rompes el cuello buscando la postura adecuada para echar una cabezadita. Por eso, cuando por fin llegas a Delhi, recoges con entusiasmo tu mochila de la cinta de equipajes y sales al exterior del aeropuerto, el golpe de humedad, calor y cambio te sacude en el estómago. Sumado al cansancio del viaje, es cuando por primera vez en los siguientes 20 días te dices a ti misma, "al año que viene me viene me voy a un todo incluido a que me cuiden", que nadie se asuste, que sólo es un comentario producto del cansancio.
Si el calor y la humedad te golpea el estómago, subirte en un taxi para que te deje en el hotel (ésto recomiendo hacerlo o puedes bloquearte nada más bajar del avión con tanta oferta) es toda una experiencia a los sentidos. A la vista porque intentas seguir el tráfico caótico con los ojos y éstos acaban bizcos de intentar lo imposible; al tacto porque en cada curva sientes como cada célula de tu cuerpo intenta agarrase donde sea con tal de no volcar sobre ti misma; al gusto porque el aire acondicionado de allí son las ventanillas bajadas del todo y tragas mierda casi sin pestañear; al olfato porque de repente aparecen una multitud de olores que cambian de malo a peor dependiendo del barrio por el que se meta el coche; y por último al oido porque Delhi es sin duda el festival del ruido.
Delhi no pudo con nosotras, ni siquiera los mil y un intentos de estafarnos, pero de momento me centro en que no es una ciudad apta para todos los públicos.
2 comentarios:
Sigue contando andaaaaa!
Que me ha sabido a pocooooo!
Nos has dejado en lo mejor!! grrr
Besosos.
Nuria
Se te ha olvidado el MOMENTO ELEFANTE en el arcén de la autopista :)
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